Querido diario:
¿es más fácil escribir cuando se está triste, deprimido,
cuando el peso del mundo te cae sobre los hombros hundiéndote hasta el suelo, o
será más sencillo hacerlo cuando uno se siente bien, cuando estamos alegres,
felices y vemos la vida de color rosa?
Me hacía esta pregunta hace unos
días y la verdad es que no he sabido encontrar una respuesta que me satisfaga
del todo. Supongo que, como proyecto de escritora, suelo escribir más cuando me
encuentro de un modo en concreto que cuando estoy del otro, pero la verdad es
que, incluso cuando me siento feliz, suelo escribir cosas generalmente tristes
o, al menos, no suelen ser relatos en los que predomine la alegría. Al final,
muere uno, muere el otro, o uno ya está muerto y el vivo recuerda el pasado… En
fin, que no soy muy optimista escribiendo.
Sinceramente, y a raíz de esta
pregunta que me surgió mientras leía un artículo de una escritora de fama
mundial hace unos días, a la cual le ha pasado de todo, o casi de todo
(negativamente hablando), creo que, bien mirado, los sentimientos salen mucho
mejor cuando uno no se siente feliz. O sea, que el alma vapuleada suele dar
mejores frutos que un corazón sonriente (en este punto, y tras haber escrito
esta línea con la que sé que vas a estar en desacuerdo, me tapo los ojos con
las manos).
Y es que creo que solemos dejar salir mucho mejor lo que llevamos
dentro cuando estamos al límite de la paciencia, cuando ya tenemos el vaso
rebosante de agua, cuando el recipiente que guarda lo malo está a reventar; entonces
las palabras casi que salen solas, sin demasiado esfuerzo, porque necesitamos
desahogarnos y contar lo que nos pasa. O, sencillamente, es en esos momentos
cuando nos cuesta menos crear un bonito relato lleno de ternura. La
vulnerabilidad del escritor es genial para esos casos. ¿No estás de acuerdo
conmigo, querido diario?
Al hilo de esto, durante estas
últimas semanas he sido capaz de crear cuatro historias distintas (todas ellas
inacabadas, por supuesto): una de amor, otra de desamor, una tercera dolorosa y
la cuarta tiene un poco de todo eso, mezclado con ese odio atroz que sentimos
cuando alguien nos falla y nos defrauda (de esto, podemos hablar tú y yo un
día…). Los cuatro relatos por separado son cortitos, apenas mil palabras que se
entrelazan para formar un pequeño cuadro que mostrar al que lo quiera leer,
pero juntos podrían llegar a ser algo… Los cuatro protagonistas se dan la mano
en un momento determinado de cada historia, se cruzan en distintos sitios e,
incluso, en los cuatro relatos, coinciden en alguno de los escenarios en los
que se desarrolla la acción: un café, un parque, la playa, una cancha,… Lugares
todos ellos frecuentados por todo tipo de personas, de diferentes culturas, de
carácter distinto al del otro, personas de las que van y vienen, personas que
permanecen en nuestra vida a pesar de la distancia, a pesar de recibir
continuamente negativas a tal o cual requerimiento, personas que siempre cogen
el teléfono cuando se las necesita o aquellas que jamás tienen una palabra
amable que decirte, a pesar de todo… Son lugares que albergan las más variadas
historias, que son testigos mudos de millones de encuentros con distintos
finales, como mis cuatro relatos.
Como te iba diciendo, mis cuatro
protagonistas son totalmente distintos. El primero, hombre, 40, ni alto ni
bajo, ni guapo ni feo, moreno, ojos color miel, sonrisa amable, camina por la
vida como si le hubiesen dado una paliza tras otra y nadie se ocupase de curar
sus heridas. La vida lo ha castigado, aunque aún conserva esa parte de felicidad
que le hace creer que todo va a salir bien, lo cual es muy importante en estos
tristes tiempos que corren… Esta es la historia de amor, el que él siente por
la vida a pesar de todo y de todos, el que comparte con sus amigos, tres
inseparables que son los encargados de ayudarle a sonreír cada día. No sabemos
muy bien qué le ha pasado a lo largo de esos años ni cual es la carga que lleva
consigo, pero sí sabemos que cada paso que da marca su futuro.
El segundo protagonista, otro
hombre, chico más bien, tiene dieciocho, ahí es nada. Es rudo, arisco,
contestón y maleducado, no tiene ningún tipo de interés en su futuro y no se
preocupa por nada que no sea él mismo. Ni siquiera tiene estilo para ser un “ni
ni”, esa generación de gandules malcriados que abundan en esta época que nos ha
tocado vivir… Este, encima, mira por encima del hombro a todo aquel que osa
dirigirle una mirada, como diciendo “cuidadito, que muerdo”. Esta es la
historia de desamor, dura, triste, real…
La tercera historia la protagoniza
una chica, edad indeterminada, una guapa morena de bella sonrisa que sonríe
siempre y a pesar de todo. Tiene un espíritu optimista que muestra a todo aquel
que la conoce. Si le preguntas cómo está, ella te contestará con un bonito
“bien, gracias” adornado con una mirada profunda, sincera. Solo cuando está
sola en casa, en la oscura soledad que la rodea, deja que el pasado vuelva ante
sus ojos y llora desconsolada, arrancándose la careta sonriente que convive con
ella durante las horas de luz. Creo recordar que no llegaremos a saber qué le
causa tanto dolor, pero sí que es posible que al final alguien consiga darle
algo de calor para que la pena sea menos dolorosa.
Por último, nos encontramos con
la mezcla de todo, con el amor, el desamor, el odio, la frustración, la ternura
del consuelo y la decepción originada por la dejadez y la falta de interés que,
a veces, causamos en las personas que nos importan. La protagonista, de la que
tampoco conocemos nada más que lo que siente y piensa según le van sucediendo
cosas, es una luchadora del siglo veintiuno que nos narra en primera persona
cómo ha sido el último año que ha vivido, doce intensos meses en los que ha
amado, odiado, reído, llorado… Su cuerpo ha experimentado un cambio
considerable por los motivos que ella misma nos cuenta y, al igual que ha
aprendido a amar de un modo más ligero y tranquilo de lo que estaba
acostumbrada, se ha sentido dulcemente querida. Un guiño a la realidad de la
vida cuando uno ya tiene cierta edad que nos enseña que no hay desamor sin antes
haber amado, no hay peor enemigo que la indiferencia, el odio nace del amor y
todo eso junto forma lo que al final somos… Un conjunto de experiencias buenas
y malas que mi protagonista nos acerca desde su “yo” más sincero.
¿Qué te parece? ¿Imaginas a estos
cuatro juntos en una sola historia? Pues mira, quizá los junte a ver qué pasa…
Aunque posiblemente, alguien vendrá y lo estropeará…
Hasta la próxima, querido diario…
Bss.