Desde hacía muchos días, era la primera vez que sentía ese
cosquilleo en la punta de los dedos que la impulsaba a escribir sin contención.
Deseaba hacerlo, quería hacerlo y, sin embargo, delante de la temida página en
blanco, era incapaz de plasmar lo que su cabeza quería. ¿Sería miedo a enfrentarse
con lo que su corazón palpitante sentía desde hacía semanas? Quizá, pensó,
quizá…
Pensaba a veces que las ansias que ella sentía por poder
estar donde ni podía ni debía no eran fielmente correspondidas, lo que hacía
que una rabia contenida le subiera, cada vez con más frecuencia, desde el estómago
a su garganta, provocándole unas tremendas ganas de vomitar días tras día. Y no
podía evitarlo, lo había intentado, lo intentaba cada segundo de cada minuto de
cada hora y siempre había algo que la hacía volver al principio, siempre…
Cualquier excusa era buena para empezar de nuevo en ese círculo vicioso en el
que su vida se había convertido, pero es que… Lo echaba tanto de menos… ¿Cómo
no dejar que sus impulsos ganaran de nuevo la partida? Era fácil dejarse
llevar, lo más fácil del mundo, sencillo y fácil… Sin embargo, tras una semana
de estudiada distancia y contenido silencio, pensó que era una pena dejar que
ganara el deseo que sentía de escuchar su voz, de verle, de mirarlo a los ojos,
de sonreírle… Era una pena echar por tierra esos días de sufrimiento y de
contención que había pasado y superado, no sin esfuerzo, aunque bien mirado ahora,
tampoco era para tanto, era fuerte, podía hacerlo, sin duda podía terminar con
aquello si se lo proponía. Nadie decía que fuese fácil, pero tampoco era
imposible. La historia de la humanidad estaba llena de amores imposibles, de
historias que llegaron a destiempo, de juegos creados por el destino que en
ocasiones se tornaba traidor y gustaba de estrujar corazones heridos por la
flecha envenenada de Cupido, corazones que habían muerto envueltos en lágrimas
de amor.
Sentada con la vista fija en el horizonte que se abría ante
ella, sonrió mientras recordaba cómo él se atusaba el cabello negro y largo
cuando le explicaba cualquier cosa mientras comían, cómo él le agradecía con la
mirada la atención que ella le prestaba cuando le contaba cualquier cosa que le
hubiera sucedido o que le preocupaba; sonrió al recordar el sonido de su risa,
el brillo de su mirada, su bella sonrisa… El horizonte le recordaba que ahora
había entre los dos una distancia difícil de recorrer, su historia había
empezado y terminado. El destino había juzgado y ganado y ellos, meros
jugadores torpes e inexpertos, habían perdido una partida condenada al fracaso desde
el primer momento, aunque ambos, en algún momento, habían pensado que podían
ganar… A ratos, durante esa época, los dos habían llegado a pensar que podrían
superar sus vidas y ganar… Les gustaba imaginar que podrían vivir la vida que
ansiaban, que podrían volver sus pasos hacia atrás y borrar las partes del
camino recorrido que ambos preferían olvidar y construir un presente a su
medida en el que pudieran ir cogidos de la mano, en el que él la agarrara y
nunca, jamás, la soltara. Habían soñado una gran historia con un final a la
altura de sus sentimientos, de sus deseos.
Pero la realidad, el odioso presente, era muy distinto,
puesto que él realmente había pasado página, había decidido dejar que el
destino ganara, había dejado que su corazón se recompusiera tras la explosión,
se había vendido al futuro fácil y seguro de una vida sin emoción ni pasión,
una vida tranquila sin sobresaltos, había decidido dejarla atrás… No olvidarla,
pero sí apartarla. Y ella se dolía por ello, sabía que jamás le apartaría de
sus pensamientos, de su corazón, de sus momentos… Sabía que viviría el resto de
su vida acompañada de la presencia invisible de aquellos ojos, de aquella
sonrisa, de aquellas manos que, quizá, en algún sueño infinito, acariciaran su
rostro por siempre, para siempre.
Encendió un cigarrillo. Contempló la página en blanco. Inspiró,
expiró, y comenzó a escribir.
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