Desde un
banco situado a escasos metros del lugar por el que ella pasaba, un hombre
fumaba un cigarrillo, mientras pensaba en
lo guapa que estaba esa mañana. El repiqueteo de sus tacones retumbaba
en las paredes de la estrecha callejuela que cada mañana recorría de camino al
trabajo, mientras pensaba en sus cosas. Ella siempre bromeaba diciendo que
tenía un mundo interior muy extenso y entretenido y algo le indicaba que, posiblemente,
era cierto. Sabía que no había ni un solo momento del día en el que no tuviera
algo rondándole por la cabeza. Aún no la conocía del todo, pero estaba seguro
de que dentro de ese cuerpo había aún muchas cosas por descubrir, la mayoría de
ellas, muy del gusto de él. Por lo que de ella sabía, era capaz de estar
totalmente concentrada en lo que hacía, al tiempo que una idea tras otra, un
pensamiento tras otro, se iban sucediendo en esa cabeza que no paraba.
La mujer caminaba
con la tranquilidad que le daba el no saberse observada. Su paso, tranquilo,
dejaba ver que se encontraba bien, relajada; incluso la cadencia de sus caderas
al balancearse hacía pensar que era feliz. La sonrisa que vio asomar a sus
labios le hizo imaginar que estaba pensando en él, en la última vez que
hablaron, hacía ya un par de días. Aquel día, ambos habían decidido dar rienda
suelta a sus pensamientos sobre el otro y, ambos, habían revelado al otro su
deseo.
La calle,
oscura y solitaria a esas horas, invitaba a un encuentro casual, sin palabras. Se
puso en pie, apagó el cigarro con la punta de su zapato, metió las manos en los
bolsillos del desgastado tejano que llevaba esa mañana y, despacio, se encaminó
tras ella. Aceleró el paso. El sonido de las pisadas de ambos empezaba a
fundirse en uno solo, cuando ella giró levemente la cabeza con la intención de
mirar a su espalda. Pero no le dio tiempo. Él se abalanzó sobre ella desde
atrás y la empujó contra la pared al tiempo que le susurraba al oído un “buenos días” que provocó que mil
caballos corrieran desbocados desde su estómago hasta su corazón. Era él. Había
venido a por ella. Intentó girarse para encararlo, pero él no la dejó. Con una
violencia casi insoportable de deseo contenido, comenzó a besarle el cuello
mientras sus manos, ávidas, recorrían cada centímetro de su suave piel y una
pasión arrolladora invadía todo su ser hasta llevarlo al mayor de los éxtasis.
Ella, atrapada, se dejaba hacer al tiempo que sentía cómo un temblor tras otro
se apoderaba de su cuerpo, llevándola al mayor de los placeres que jamás
hubiera sentido.
Al cabo de
unos minutos, él la dejó girarse y la miró a los ojos. Fue entonces cuando la
besó, con ternura, despacio, dejando que ella supiera que él estaba allí por
ella, para ella. Ella recibió sus labios con anhelo, había soñado tantas veces
con ese momento que temía no ser capaz de disfrutarlo, de saborearlo, pero él
se encargó de que eso no fuera así. Fue un beso largo, un beso que envolvía sus
cuerpos con la certeza de que nunca, estuvieran donde estuvieran, olvidarían
aquel día, aquel momento, aquel rapto de locura, aquel beso.
Ella rozó
suavemente la mejilla de él con sus labios y apoyó la cabeza sobre su pecho. Él
la abrazó con ternura, asegurándole en silencio que siempre la recordaría bajo
la naciente luz de cada amanecer.
Bss.
Un amor con violencia que se quedó en calma. Un abrazo
ResponderEliminarBss Mari Carmen!!
EliminarBUUUUUUUUUUFFFFFFFFF Genial como siempre PRINCESA
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