23/11/16

Las ocasiones perdidas.

Cuentan que un sabio, en su lecho de muerte, al ser preguntado por sus alumnos cuál había sido lo más difícil que había hecho en su vida, les respondió: "Hacer lo correcto, eso ha sido lo que más difícil me resultó siempre. Aunque, ahora que mis días se acaban y mi vida se apaga, no estoy seguro de si lo correcto fue lo que hice o lo que dejé escapar. Y sabed, queridos alumnos, que lo que dejamos pasar nunca jamás volverá".  

Y es bien cierto, porque ¿cuántas veces nos hemos dicho ante una situación que se nos escapa, “bueno, ya se presentará otra”? Muchas, ¿verdad?

Lo malo de esta afirmación es que al hacérnosla a nosotros mismos para consolarnos ante algo que se nos ha escapado, o que hemos dejado pasar, es que estamos absolutamente equivocados. No hay nada que se repita bajo las mismas circunstancias dos veces. Se pueden producir situaciones similares, puedes pensar que esta situación se parece en algo a alguna anterior, puedes consolarte pensando que la próxima vez sí que lo harás, pero nunca, jamás, será igual al cien por cien a aquélla por la que suspiras. Los sentimientos que se cruzaron en la decisión que tomaste hace un tiempo pueden permanecer ahí, aletargados, a la espera de poder salir; los recuerdos pueden hacernos retroceder a un momento determinado al que hemos rogado mil veces volver, a ese déjà vu  que tanto hemos deseado, pero una ocasión perdida es, ni más ni menos que eso, una ocasión perdida. Tal cual. No vuelve, no se repite, nunca será igual. Y siempre te atormentará el no haberla aprovechado, si era algo que deseabas de verdad.

La mayoría de las ocasiones en las que dejamos pasar algo que nos importa, hay siempre una lucha de sentimientos reprimidos, estoy convencida de ello totalmente. Nos encontramos a menudo con el “esto está bien”, o “esto está mal”, motivo principal de la pérdida de ocasiones de las que os hablo.  En realidad, nuestra vida se rige principalmente por estas premisas que hemos ido adquiriendo a lo largo de ella sin pararnos a pensar que, quizá, no todo tiene que ser juzgado bajo el prisma de la corrección, sino que hay veces que el dejarse llevar puede aportar a nuestra vida algo de chispa y ser más felices sin perjudicar a nadie. Lo que para mí puede suponer un motivo o momento feliz, una experiencia que no quiero dejar pasar, no tiene porqué parecerle bien a otra persona y, en consecuencia, lo que para mí puede ser una ocasión perdida que quiero vivir y disfrutar en algún momento de mi vida, aunque sea algo políticamente incorrecto, a un tercero puede parecerle lo peor de lo peor. Pero, ¿no creéis que es una pena morir con las ganas de haber hecho algo, de no haber vivido todo lo que habéis querido, de no haber hecho realidad ese deseo, ese anhelo? ¿No creéis que no deberíamos dejar morir esas ocasiones perdidas, sino buscarlas, recuperarlas y vivirlas?

Porque, como dice Sabina, “no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió”. Y qué razón tiene…

Bss.

 

22/11/16

Sucedió al amanecer...


Desde un banco situado a escasos metros del lugar por el que ella pasaba, un hombre fumaba un cigarrillo, mientras pensaba en  lo guapa que estaba esa mañana. El repiqueteo de sus tacones retumbaba en las paredes de la estrecha callejuela que cada mañana recorría de camino al trabajo, mientras pensaba en sus cosas. Ella siempre bromeaba diciendo que tenía un mundo interior muy extenso y entretenido y algo le indicaba que, posiblemente, era cierto. Sabía que no había ni un solo momento del día en el que no tuviera algo rondándole por la cabeza. Aún no la conocía del todo, pero estaba seguro de que dentro de ese cuerpo había aún muchas cosas por descubrir, la mayoría de ellas, muy del gusto de él. Por lo que de ella sabía, era capaz de estar totalmente concentrada en lo que hacía, al tiempo que una idea tras otra, un pensamiento tras otro, se iban sucediendo en esa cabeza que no paraba.

La mujer caminaba con la tranquilidad que le daba el no saberse observada. Su paso, tranquilo, dejaba ver que se encontraba bien, relajada; incluso la cadencia de sus caderas al balancearse hacía pensar que era feliz. La sonrisa que vio asomar a sus labios le hizo imaginar que estaba pensando en él, en la última vez que hablaron, hacía ya un par de días. Aquel día, ambos habían decidido dar rienda suelta a sus pensamientos sobre el otro y, ambos, habían revelado al otro su deseo.

La calle, oscura y solitaria a esas horas, invitaba a un encuentro casual, sin palabras. Se puso en pie, apagó el cigarro con la punta de su zapato, metió las manos en los bolsillos del desgastado tejano que llevaba esa mañana y, despacio, se encaminó tras ella. Aceleró el paso. El sonido de las pisadas de ambos empezaba a fundirse en uno solo, cuando ella giró levemente la cabeza con la intención de mirar a su espalda. Pero no le dio tiempo. Él se abalanzó sobre ella desde atrás y la empujó contra la pared al tiempo que le susurraba al oído un “buenos días” que provocó que mil caballos corrieran desbocados desde su estómago hasta su corazón. Era él. Había venido a por ella. Intentó girarse para encararlo, pero él no la dejó. Con una violencia casi insoportable de deseo contenido, comenzó a besarle el cuello mientras sus manos, ávidas, recorrían cada centímetro de su suave piel y una pasión arrolladora invadía todo su ser hasta llevarlo al mayor de los éxtasis. Ella, atrapada, se dejaba hacer al tiempo que sentía cómo un temblor tras otro se apoderaba de su cuerpo, llevándola al mayor de los placeres que jamás hubiera sentido.

Al cabo de unos minutos, él la dejó girarse y la miró a los ojos. Fue entonces cuando la besó, con ternura, despacio, dejando que ella supiera que él estaba allí por ella, para ella. Ella recibió sus labios con anhelo, había soñado tantas veces con ese momento que temía no ser capaz de disfrutarlo, de saborearlo, pero él se encargó de que eso no fuera así. Fue un beso largo, un beso que envolvía sus cuerpos con la certeza de que nunca, estuvieran donde estuvieran, olvidarían aquel día, aquel momento, aquel rapto de locura, aquel beso.

Ella rozó suavemente la mejilla de él con sus labios y apoyó la cabeza sobre su pecho. Él la abrazó con ternura, asegurándole en silencio que siempre la recordaría bajo la naciente luz de cada amanecer.
Bss.
 

08/11/16

Llenándome de vida con Pedro Díaz Gañán.


La segunda edición de nuestro Llenándome de vida nos trae de la mano a un gran hombre. Poco os voy a contar yo de él, ya que de eso se encarga él mismo en este humilde rincón. Lo que sí os diré es que aún recuerdo su cara de niño cometortillas (sólo francesa…) en aquella casa de Tomares (Sevilla) cada final de verano de mi adolescencia. Él es de esas personas que han formado parte de mi vida desde que nací, al que paso meses sin ver, años en ocasiones, y al que sin embargo me une un recuerdo común que jamás olvidaré.

Os dejo con nuestro segundo invitado vital, Pedro Díaz Gañán, hijo, hermano, esposo, padre, amigo…

EBIP: Para comenzar, ¿qué te parece si nos cuentas algo de ti? Una pequeña presentación…

PDG: Mi nacimiento, y para las personas que me conocen que sepan que no miento…, se produce en Segovia… ¡Sí! Segovia y no Sevilla, como muchos creen. A los pocos meses de nacer nos fuimos a Murcia, a los dos años en Jaén, donde nació mi hermana pequeña María Eugenia y, por fin, a los cuatro años, a MI SEVILLA DE MI ALMA, porque, como digo desde pequeño, “uno no es de donde nace, sino de donde se siente”. Y aquí es donde realmente empieza mi historia.
 

 

Mi historia es la historia de cualquier adolescente, con mis pasiones, mis ilusiones, mis desilusiones, mis travesuras, mis idas y venidas…, hasta que a los dieciocho años apareció la que me enderezó la vida, la que entonces era mi novia y ahora es mi mujer, Lydia Herrera.

Actualmente, trabajo en el departamento comercial y de publicidad del periódico ABC Sevilla donde, aunque parezca mentira en los tiempos laborales que corremos, llevo once años trabajando.

EBIP: ¿Qué te apasiona en la vida?

PDG: Sin lugar a dudas, MI FAMILIA, comprendiendo como tal, principalmente, mi mujer y mis dos hijos: Perico, de cinco años, y Adrián de dos. La verdad es que uno realmente no sabe lo que es querer hasta que es padre. Ellos son el pilar de mi vida, pero nunca dejaré atrás a mis padres, que gracias a ellos soy lo que soy hoy en día, mis hermanas, mis primas y tíos y un angelito que está en el cielo que es quien nos cuida a todos. Con un solo pilar no se levanta una casa.



EBIP: ¿Morirías por ellos?

PDG: Sin pensármelo.

EBIP: ¿Qué hace que tu estómago baile?

PDH: Ver crecer a mis dos hijos cada día sanos, fuertes y, sobre todo, siendo buenas personas.

EBIP: ¿Qué llevas en tu mochila siempre que sales de viaje?

PDG: Por desgracia, ¡mis pastillas! Jajajajajaja. ¡No es broma! Para treinta y ocho años que tengo tomo más pastillas que un jubilado...

EBIP: ¿Una buena tarde de cine, una buena tarde de lectura o ambas?

PDG: Más que tarde, una noche de cine, pero en mi casa con todos acostados. Cuando eso pasa soy capaz de ver hasta tres películas seguidas.

EBIP: La sociedad española está, desde hace unos años, en un cambio constante, aunque no sabemos exactamente hacia dónde se dirige ese cambio, al menos, a mí me tiene despistada... ¿Qué opinas de este cambio en desarrollo? ¿Crees que va hacia algo positivo o simplemente nos estamos dejando llevar por la inercia que nos marcan uno cuantos?

PDG: Yo siempre he creído en la jerarquía, tanto en la familia, como en el trabajo y, como no, en la sociedad, entendiendo jerarquía como un poder compartido donde no sólo haya una opinión. Por ello, para mí, lo que está ocurriendo en la sociedad actual, tanto a nivel político como a nivel social, es falta de jerarquía. A nivel político, porque los partidos tradicionales en los últimos años han estado más preocupados de ellos mismos que del pueblo y ello ha provocado que hayan surgido movimientos políticos nuevos que han sabido aprovechar ese desencanto, pero sin una base consistente, por lo cual creo que tendrán poco recorrido. Y, en cuestión de familias, creo que hay una falta de autoridad paterna y materna; y no me refiero con eso a lo de “aquí se hace lo que digo yo, porque sí“ de antaño, me refiero con eso a que los padres no podemos pretender ser los mejores amigos de nuestros hijos.

EBIP: ¿Crees en el buen hacer de la humanidad?

PDG: Yo sí. Es más, creo que si el ser humano no fuera bueno por naturaleza el mundo que conocemos actualmente hubiera desaparecido hace muchísimo tiempo. Lo que pasa es que la humanidad actual es muy mejorable.

EBIP: Vamos con el “test del blog”…

PDG: Un color: con tu permiso te voy a decir dos: el verde y el blanco, de mi Betis y mi Andalucía.

Una fragancia: el olor de mi mujer.

Una canción: Por Ella, de José Manuel Soto.

Un sentimiento: Mi Cristo de la Salud, de mi Hermandad de los Gitanos de Sevilla.

Un libro: Pura Vida, de José María Mendiluce.

La compañía perfecta: mi familia.

Un lugar: también, con tu permiso, te voy a decir tres: Sevilla, Águilas y Caravaca de la Cruz.

Nuestro invitado de hoy ha elegido una de las canciones que, sin ser fan de José Manuel Soto, más me gustan. Los acordes de esa guitarra y la voz de Soto cantándole al mundo todo lo que haría Por Ella hace siempre que mi corazón vaya a mil por hora, así que, con vuestro permiso, y el de Perico, os dejo una estrofa para vuestro deleite. ¿Qué mejor manera de despedir este segundo Llenándome de vida que cantándole al amor?

“Por ella la fuerza del sol y las madrugadas.

 Por ella los sueños de amor y las noches amargas.

 Por ella las palabras bellas, las dulces canciones,

el llanto, la risa, el abrazo y las cavilaciones.

 Por ella cada despertar, cada sentimiento,

 las flores, la música, el mar, la lluvia y el viento.

 Las nubes, el color, el fuego, la tierra y el agua,

azules y grises recuerdos del cuerpo y el alma.

 Por ella fue el amor, el odio, la paz y el tormento.

 Por ella la ilusión y el gozo de vivir queriendo.

 Por ella sigue viva la estrella que guía mis pasos.

 Por ella no me desmorono ante los fracasos…”.

 

“Por ella”.

José Manuel Soto.

 

Ufff… Nos vemos en diciembre en la siguiente edición de Llenándome de vida.

 

Bss.

 

 

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Si cerraba los ojos, aún podía verlo, sentirlo, … Una luna, una playa, unos brazos que la abrazaban, una boca que la besaba, u...

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